jueves, 1 de noviembre de 2012

Veintidós.

Quizás sea que ya ha llegado el maldito Noviembre, o es que cada vez queda menos para que sea doce. O quizás sean las reuniones familiares que me ponen tierna. El caso, es que hace diez o quince años nos volvíamos locos por días como hoy, la navidad, los reyes y los cumpleaños eran los mejores días del año. Esos días en que conseguíamos ser veintidós sonrisas. En los que abrir los regalos que habían traído los reyes era el momento con el que soñabas el resto de los 364 días del año.
Pero de repente llega Noviembre. Y ya no somos veintidós. Y las sonrisas se las llevaron los Reyes Magos, al igual que la ilusión al ver a tus padres colocar los regalos debajo del árbol. De repente te levantas y ya no crees en nada, ni en tu sombra, y comienzas a sentir esas miradas que matarían a cualquiera que se pusiese por delante, la frialdad, la distancia, el amor malgastado con los años, los comentarios de a ver quien acierta antes en la diana. Las bromas se convierten en verdades como puños, que arden. Y por un momento deseas que todo estalle, que la mierda salte por las nubes, que tu mundo no-perfecto, se convierta oficialmente en uno cualquiera.
Quizás crecer no sea tan buena idea. Quizás si Tú no te hubieses ido, esto no se nos habría ido de las manos. Volverían a brillar esos ojos grises, volverían los gritos de felicidad pura en el 1ºB. Llegaría Noviembre, y sería bonito. Éste echar de menos no quemaría hasta tal punto de hacerse insoportable, y esa carta sin respuesta que te llevaste no retumbaría en mis oídos. Quizás no nos hubiésemos hecho grandes. La inocencia, la sinceridad, la alegría, la franqueza, los sentimientos, seguirían estando ahí.
Lo digo porque ya perdí una vez, y no quiero dos.