domingo, 18 de noviembre de 2012

Domingo.

Todo el mundo odia los Domingos, se pasan los minutos repitiendo que mañana es lunes, y que que rápido se acaba lo bueno.
Hoy es un Domingo de esos de los que no apetece salir de casa, del café caliente a las 5p.m. rodeada de mantas, de pelis de amor en los que solo los tontos se enamoran y de no saber ni la hora que es ahí fuera. Pero de repente te dan ganas de ponerte ese jersey rojo que te esta tres tallas granes, esos tenis que tenías olvidados al fondo del armario y salir a respirar el aire de Domingo. Si algo te gustó siempre de esta ciudad es su color entre gris y marrón mezclado con ese fondo blanco responsable de que se te hielen hasta los pensamientos. Andar por esas calles para espantar a los fantasmas, y durante media hora, desapareces.
Suficiente para darte cuenta de lo que te gustan los Domingos.
Y si te paras a pensar, nos pasamos mas tiempo llorando por lo que no tenemos que riendo por lo que sí. Guardamos todos esos rencores y odios que lo único que hacen es quemarnos por dentro. Maldecimos nuestra suerte, y ella nos maldice a nosotros. Soñamos con escapar de nosotros mismos. Y sollozamos, y gritamos que no es justo. Nos levantamos cada día esperando lo nuevo, lo inesperado, la suerte.
Pero no es hasta el Domingo que en mitad de esa calle te das de bruces con la realidad que no tuviste tiempo de ver el resto de la semana, estabas demasiado ocupada maldiciendo lo que no tienes. Y de repente te ríes, y te preguntas que ¿de qué mierda te quejas? Si alguna vez me hubiesen preguntado como me gustaría que fuese mi vida, la dejaría tal como está, porque tengo más de lo que puedo desear. Y de qué vale esperar si ya no puedes abarcar mas. Si nos preocupásemos un poquito mas en cuidar lo que tenemos y en querer lo que nos ha tocado, nos daríamos cuenta, que en lugar de maldecir a gritos, y dar las gracias en susurros debería ser al revés. Y si dejases de esperar, te darías cuenta lo bonito que es contar cuantas sonrisas se te escapan al día, y ya te aviso que son miles. A tus ventiuna primaveras puedes darte cuenta de que la vida te ha dado mucho mas de lo que te ha quitado, que menos es más, y hay cosas que es mejor perder. Que todo va y viene, y ya sabes que el "para siempre" no existe y nunca digas nunca, porque te tragarás tus palabras a patadas. Que todo pasa, pero también todo llega. Y cuando seas capaz de entender eso, cuando te falten manos para contar a todos tus ángeles, te darás cuenta de que gracias a los Domingos, existen los Lunes, y gracias a los Lunes, todo lo demás.

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