viernes, 29 de noviembre de 2013

Bailé con la muerte hasta el amanecer.

Era más fácil pensar que habrías cambiado.
Creer que los días, el frío y los kilómetros de más habían servido para que recogieras los restos del naufragio.
Pero los besos no curan las heridas, y tú perdiste todos los restos por el camino, y ahora no hay como pegarlos.
Tú sigues con tu cara de no haber roto un plato, y quien dice plato dice corazón.
Y quien dice uno,
dice todos.
El caso es que es más fácil fiarse del lobo que de ti.
La putada es que yo siga sonriendo cuando aparezcas por detrás. Que me arregles los días y por una vez vuelva a sonreír como aquel Febrero.
¿Y a cambio de qué? A cambio de nada, porque ya sabemos que a mi el amor solo me gusta con heridas. De los que te mantienen al borde del precipicio.
El problema es cuando te dejan caer, y entonces ya ni cabeza ni corazón.
Ya no vale dar marcha atrás. Ya no vale quitarse del filo.

Todos sabemos que tú nunca llegarás a tiempo.
Y todos sabemos que yo volvería a dejarme caer, para acabar de romperme.
Tú apuntarás otro tanto más a tu historial, y yo volveré a odiarme por dejarme caer.
Y otra vez volverá a ser Marzo.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Disfrutemos de la última cena.

Lo que cuesta es acostumbrarse.
Acostumbrarse al frío, a Noviembre, a que se acabó, a que tú eres capaz de ser feliz sin mi, y yo solo a ratos.
Acostumbrarse a que los recuerdos golpearán cuando menos te lo esperas, a cruzarme con tu sonrisa y pensar que no es mía. A darse cuenta que aspiro a más de lo que tu me diste, pero que contigo cerca no lo voy a conseguir, porque sigo esperando, solo que no se hasta cuando. Que eso no quiere decir que me vaya a olvidar de ti, ni que te quiera, pero por lo menos podré soñar con otros ojos sin pensar que podrían ser los tuyos.
No es tan fácil llegar a la superficie, y mucho menos que cuando cojas aire los recuerdos vuelvan a hundirte, y a recordarme que tú no vas a volver, por cobarde o por falta de valentía, da igual.
Tampoco serviría de nada que volvieras,
quedan meses para despedirme de la ciudad más gris del mundo,
y de ti.
Y no sabes las ganas que tengo de irme, -no de huir, como hago siempre, porque al fin y al cabo de lo único que escapo es del frío-.
Irme de ti, de nosotros, de los recuerdos, del esperar y desesperar.
Irme para no volver, que me pierdas, que nos perdamos, que tres años han sido muchos años para que volvieras, pero hay más cosas fuera de ti.

Y créeme que las ganas de perderte son mucho más grandes que las de tenerte,
que lo que necesito es tenerte lejos, y está vez, para no volver.

viernes, 8 de noviembre de 2013

El tiempo no cura todo.

Dejaste de ser una coincidencia cuando se acabó el frío.
Y yo dejé de buscarte por miedo a que terminaras de romperme.

Después de más tiempo del esperado, de hundirme, de rasgarme las heridas, y de esperarte, puedo decir que es mentira eso de que el tiempo todo lo cura.
Mentira.
Completamente mentira.
El tiempo no cura nada, el tiempo te miente, manipula los recuerdos, rescata los buenos y maquilla los malos, te hace pensar que todo fue tan bonito que se escapaba de cualquier lógica.
Las guerras nunca son bonitas, y lo nuestro era una verdadera batalla campal.
Tú con el mundo y yo contra ti. Era imposible ganar.
Así que tampoco costó mucho rendirse.

Lo que costó fue lo de después.
El tiempo y toda esa mierda de distancias, clavos y libros de autoayuda, buscar una solución en todas esas páginas, escribir hasta quedarse dormida esperando que algún día lo leyeras, y me entendieras.
Hasta que de repente,
un día,
tomas la decisión de no hacerle caso al tiempo, ni a las heridas,
y la idea de sentarme delante tuya a curar las heridas se hace más caótica.

Pero el verdadero caos es que de repente te das cuenta de que ha pasado más tiempo del que creías, que quizás el tiempo haya puesto de su parte, o yo he desistido de guerras, de esperas y de falsos recuerdos. Quizás no estemos tan perdidos y es que no tenemos que encontrarnos.
Quizás fue. Y ya.