Se me había olvidado lo que era escribir cuando algo te
duele.
Siempre ha sido la mejor solución a los problemas, escribir,
lanzarlo al aire, esperando que algunos ojos lean lo que hay al fondo a la
derecha de ese corazón cada vez más despeinado.
Hace 4 meses mi vida era una línea recta, por encima de lo
normal, estable dentro de la felicidad, pero insuficiente a ratos. Y entonces,
la vida, que es muy lista, o muy puta, te bifurca el camino. Te hace elegir.
Izquierda o derecha. Si o no. Rutina o sorpresa. Zona de confort o inestabilidad
emocional. Ahora o nunca.
Y yo que siempre he sido de querer experimentar que es eso
de salir de la zona de confort, salí. Sin maleta, sin paracaídas, sin pensarme dos
veces que vendría después. Porque eso nadie se lo puede llegar a imaginar. Eso
es la vida, un cambio de planes constante.
Así que cuando creí haber encontrado al amor de mi vida, al
padre de mis hijos, y al que arreglase los enchufes cuando se rompiesen, lo
eché. O me fui. La sensación debe ser parecida a cuando llega un tsunami y lo arrasa todo. Y después,
calma. Sin embargo, la calma que precede a la tormenta siempre es la peor. Sabes que algo va
a derrumbarse y no puedes hacer nada para pararlo.
Y claro, se derrumba.
Te encuentras con los restos de tu vida perfecta esparcidos
por todos lados. Rota. Hecha añicos. Y sin saber muy bien como pegarlos. O lo
que es peor, si los quieres volver a pegar.
Las dudas se hacen tus mejores amigas, ahí están, permanentemente,
nunca te dejan sola. Tristeza aparece cuando menos te lo esperas tiñéndolo todo
de azul sin saber muy bien como cambiar el color. El hambre y el sueño se van
de vez en cuando, y las lagrimas ocupan su lugar. Lloras y a pesar de tener unos
cuantos motivos, no sabes cual es el correcto. Y sigues. El tiempo es tu peor
enemigo, y solo te preguntas cuando dejarás de vivir en esta inestabilidad emocional.
En esa duda constante. En el miedo de haberte equivocado, de haber volado todo por
los aires sin motivo aparente. Sin embargo, nadie aprieta ningún botón sin
tener motivos para hacerlo.
Respetar mi decisión y a mi yo de aquella noche es lo que
más me está costando.
Que cierto eso de que siempre olvidamos lo “malo” y nos
quedamos solo con lo bueno.
Yo, que siempre pensé que el amor es un poco
locura, es tirarte en caída libre por los ojos que te muevan el suelo, es
sentir una mezcla de vértigo y felicidad.
Yo, que me juré jamás quedarme en la
zona de confort antes de los 30, lo hice. Perdí el vértigo.
Y por eso me fui.
Ahora solo pienso en dos cosas, volver o avanzar.
Probablemente donde quiera volver ya no exista.
Así que solo queda avanzar. Seguir nadando. Sobrevivir.
Todo llega.
Y todo pasa.