Si nos paramos a pensar, las personas, nos pasamos la mitad
del tiempo recordando, la mitad de
la otra mitad esperando, y el resto,
intentando sobrevivir.
Recuerdas tu
primer día de cole, tus amigos de la infancia, los profesores que te hicieron
la vida imposible, recuerdas las tardes perdidas en aquellos bancos que ahora
son rojos. Recuerdas como un día hiciste la maleta y te fuiste a 200 kilómetros
de CASA, a empezar de cero, recuerdas como costó empezar de cero, recuerdas las
noches de vodka y ron, de caladas de felicidad y de vuelta a casa con los
tacones en la mano, recuerdas que fácil era volver, y que difícil irse.
Recuerdas la despedida de tú ángel de la guarda, y esas doce rosas y aquella
carta. Recuerdas esos ojos que ya no sabes de qué color son porque hace meses
que los perdiste, y también recuerdas como te hicieron perder la cabeza, y
querer hasta que doliesen los huesos. Como después sentiste dolor en partes del
cuerpo que ni si quiera sabías que existían. Recuerdas las mentiras. Y como esperaste, y esperaste, una disculpa,
un beso, un “olvídame tú que yo no puedo”. Y después sobreviviste. Recuerdas ese verano, con el corazón recuperado y
ansioso por latir, recuerdas como aparecieron aquellos ojos en mitad de tanto
humo y alcohol, y como tu perdiste la cabeza en dos milésimas de segundo, las
suficientes para robarle un beso y que él te robase Septiembre. Y como saltaste
al vacío por él, o de cómo él escaló rocas por ti. Nunca nadie se había jugado
así la piel por tí. Literalmente. Y recuerdas aquella noche en la que, como
cada cuatro años, la luna se rebeló y fue azul, y como tu vida estaba al borde
del acantilado, sabiendo que si caías, caíais los dos. Y recuerdas como no
podías dejar de sonreír. Y aunque los fantasmas del pasado siempre se hacían
hueco por aparecer, llegaste a la conclusión de que la vida sería imposible si
todo se recordase, que el secreto está en elegir lo que debe olvidarse. Como
imposible era aquello de “para siempre”, porque ya dijimos que era demasiado
tiempo. Y aunque llegó Octubre para jodernos, llegarán los recuerdos para
empeorar Noviembre. Y aunque lo malo de
los besos es que crean adicción, lo bueno de los años es que siempre quieres
volver, volver al principio.
De repente dejas de recordar, y comienzas a esperar, y
esperas. Espera. Un poco más. Hasta que
desesperas. Y entonces, es cuando comienzas a sobrevivir. Hasta que te salvan.
Siempre te salvan.