Todavía recuerdo aquella noche, como la esperanza brillaba en los ojos.
Habían pasado más de trescientas noches sin ti. Y en unas pocas tú volverías a cruzarte por mis ojos.
Yo intentaba convencer a mis ángeles de que esta vez sería(s) diferente.
Intentaba convencerlas a ellas,
a ellas y a mi.
Pero todos sabemos que yo solo esperaba un milagro, y los milagros están para otras cosas.
Pasaron los días,
te buscaba, te encontraba y te perdía, y luego lloraba por ti, como antes y como nunca,
y todo la misma noche.
Nunca llegaste a volver del todo, ni a cambiar como yo esperaba que lo hicieses.
Yo seguía empeñada en hacerte diferente, imborrable, infinito,
y tú empeñado en ser como los demás.
Así hasta que una se cansa de que no la quieran, y al final aprendí,
-a base de golpes, de lágrimas, y de gritos de "no puedo más"-,
a quererte de otra forma, a aceptar que tú ya no me buscas porque yo no puedo darte lo que tú quieres, que me has querido, pero a tu manera. Y que yo te quiero, pero a mi manera,
y eso no es suficiente, así que por infinita vez, hago las maletas y me voy.
Y huyo, que es lo que mejor se me da, trasladando los problemas de un lado a otro, corriendo para no cruzarme contigo, y respirando por no verte por mi vida, y entonces es algo más fácil.
Ya han pasado otras casi trescientas noches,
a mi ya no me brillan los ojos,
y tú ya no eres infinito.