jueves, 12 de abril de 2012

Prenderé fuego al colchón que reventó nuestros otoños.

Quizás estemos condenados a odiarnos, a autodestruírnos. A querernos en secreto, a ser el subconsciente del otro, a ser la persona en la que piensas cuando no quieres pensar. Condenados a no poder querernos, por no saber, o por no intentarlo. Prefiriendo tocar el infierno con los dedos, lanzarse en caída libre a la vida real, encontrarse pérdida, y no encontrarse hasta que no nos encontremos. Condenados a olvidarnos sin ni si quiera habernos amado. Condenados a olvidar todas esas noches que no pasamos juntos, todos esos abrazos que perdimos en el camino, y todos los te quiero que jamás llegaron a salir. Separando nuestras vidas, sacándonos a patadas: tu de mi y yo de ti. Condenados a no poder borrar la marca de tus dedos en mi piel, a descubrir las heridas cuando tus ojos se claven en los míos. Condenados a separarnos, sabiendo a ciencia cierta, que jamás podremos olvidarnos.
Si nunca te hubieses cruzado en mi camino, hubiésemos estado condenados a encontrarnos.

Que si no es en otra vida, yo ya no te puedo querer.

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