sábado, 28 de abril de 2012

Jugando con fuego al menos no te ahogas.

Siempre nos pasamos el tiempo esperando, esperando que ocurra esto o aquello, que pase el tren, aunque nunca lo cojas. Esperando. Y esperando.
Desesperando de esperar. Hasta que dejas de hacerlo. Hasta que ya no esperas nada ni a nadie. Hasta que dejas que las cosas ocurran por acción del universo. Hasta que de esperar, perdiste medio corazón en el camino y tus alas no volvieron a volar. Por esperar, por esperarle. Desesperaste. Y ya no esperas, ni a el ni a nadie. Sin excepción a la regla, tu misma debes ser esa excepción, que no cumple las reglas.
Con veinte primaveras a penas puedo decirte que la vida no espera, que o corres o te pillan, que a Caperucita se la comió el lobo por mucho menos. Por confiar.
No quiero decir que vayas por la vida con espada en mano matando putas y dragones. Simplemente que tengas la armadura a mano, para ponértela cada mañana, y quitártela cada noche, hacerte vulnerable, y dejar de estar en pie de guerra. Olvidarte de luchar y de pensar. Y sentir. No pensar, y actuar. Hasta que amanezca, hasta que vuelvas a coger ese autobús que te saca de tus sueños para llevarte a la realidad cada mañana. Para que veas que el mundo es mucho mas horrible de lo que pensabas, de que las personas, pueden llegar a ser el arma de destrucción masiva mas grande del mundo, pero que afortunadamente, esas personas solo son una pequeña parte, que con suerte, se van quedando en el camino, para quedarte con los que esperan. Con los que te esperan. Con los que por ellos, vale la pena coger ese autobús cada mañana.