domingo, 27 de octubre de 2013

954

Novecientos cincuenta y cuatro.
Novecientos cincuenta y cuatro días creo que han sido más que suficientes para que volvieras a por mi.
Quizás es hora de darse cuenta de que no vas a volver a por mi. De que no lo hiciste, y nunca lo harás.
O quizás si, pero quizás sea tarde, y quizás yo encuentre otros ojos que me miran como tu nunca lo has hecho.
Y no te importó. Seguiste con tu sonrisa indestructible.
Y yo pegué un portazo. De esos que siguen retumbando tres días después, volviéndome loca, porque quizás ahora sí que se acabó de romper. Ni hilos rojos, ni destinos, ni esperas inútiles.
Ni tú, ni yo, ni nosotros. Yo decidí pasar factura, y tu cuenta asciende a cientos y miles de cicatrices, de miradas que rozaron, de palabras que dolieron, y de silencios que acabaron por destrozarme.
Así que es mejor rendirse para no llorar, más, para no llorar más. Porque ya te avise que no podía más. Y tú que no me creías, que no me creías capaz de buscar otros ojos, de tocar otras manos.

Que no debería estar escribiendo sobre ti, que sí, que lo sé, pero estos son mis restos del naufragio, y no me sale escribir si estoy feliz, porque no hay nada que contarte.
Créeme, que no querré como te quise a ti.
Pero tampoco dolerá como doliste tú,
y a la larga es preferible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario