miércoles, 5 de diciembre de 2012

Así que cuídame, es decir, cuídate.

Al final siempre llega Diciembre. Y todos esos muros que construí, todos los parches que pegué mientras intentaba sobrevivir empiezan a venirse a bajo, a despegarse. Y los recuerdos comienzan a salir a la superficie, sin que nada los pare y con unas ansias locas de salir a flote, y cuando mas a flote salen ellos mas me hundo yo. Y cojo esa salida cientodieciocho de vuelta a casa, pensando que allí seré inmune a los recuerdos, y a ti. Pensando que nadie gritará en el desierto tu nombre, que aquí no nos quedan recuerdos, aquí no estás tú. Pero CREO que te pertenezco y que me perteneces de una manera que aún no se escribir, y eso me asusta más que tú. Más que bajar las escaleras un viernes cualquiera y que de repente aparezcas tú. Más que llegues con tu mirada, que me atravieses y a la mierda el autocontrol. Mucho más que pensar que esas mas de quinientas noches que perdí tratando de olvidarte no hayan servido de nada. A veces pienso que me faltó declararte la guerra oficialmente, nada de treguas ni reconciliaciones. Y es verdad que nunca me dio esperanzas, pero tampoco me las quitó, y os puedo asegurar que eso duele más, mucho más. Y aunque mis certezas momentáneas indicaban que estabas mas que olvidado, el jodido corazón aparece las noches de alcohol y humo para recordarme que sigues ahí dentro, quizás porque no encontraste la salida, o puede ser, que yo las cerrara todas, para que no salieses, por si algún día decidías volver. Y creo que el problema reside en que no pienso en ti, sino, en ti conmigo, en nosotros, y eso, lo de pensar en algo imposible es como pretender olvidar algo que no existe. Quizás sea necesario despojarse de las dudas y de los miedos, coger carrerilla, y decirte a la cara todas esos por qué que aunque no me quiten el sueño, no se van. Y quizás solo nos quede rendirnos a la evidencia de que el vértigo es solo una excusa para no aceptar que la caída es lo único que nos puede salvar.

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