jueves, 19 de diciembre de 2013

Ni de amores se muere, ni del pasado se vive.

Cómo nos cuesta soltar el pasado de la mano. Dejar que se vaya. Dejar que corra el tiempo, los recuerdos, los besos.
Más cuesta aceptar que ya nada será igual, que los minutos no vuelven, y dos besos nunca son iguales.
Que tú y yo ya no somos los mismos, que quizás nunca lo fuimos, y creímos que si. Que quizás idealizamos hasta las paredes de la habitación. Perdón. Idealicé.

Pero ya han pasado cuatro Noviembres, tres Febreros, y casi tres Marzos.
Y cómo hemos cambiado.
Tú,
al contrario de lo que yo quería,
y yo,
negándome a cambiar,
como si así pudiese retenerte algo más.
Cómo si al recordarte todos los días te perdiese un poco menos, como si el pasado estuviese esperando para ser calcado en el presente.
Pero el tiempo no espera a nadie, los barcos zarpan, el tiempo corre y los trenes se pierden, y esos si que no esperan a nadie.
Mientras que yo te esperaba a ti, sin darme cuenta que estabas a estaciones de distancia, en historias diferentes, y en mentiras paralelas.
Y es que ya no brillas como antes, y tú no te has dado cuenta.
Pero yo si. Que quien me contaba todas esas cosas mientras me hacía la dormida sigue en el pasado, que crecimos, que el tiempo nos hizo buscar otros (a)brazos.
Que yo ya no puedo esperarte más.
Que yo sigo tres años por detrás tuya. Y eso no vale.
Que soltar el pasado sabemos todos.
(Que a ti te duela menos y a mi más es otra cosa.)

Pero yo también se soltarte.

Sin que haya vacío. Porque tú ya no estás.
Aunque sigas con tu complejo de vacío.

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