sábado, 23 de noviembre de 2013

Disfrutemos de la última cena.

Lo que cuesta es acostumbrarse.
Acostumbrarse al frío, a Noviembre, a que se acabó, a que tú eres capaz de ser feliz sin mi, y yo solo a ratos.
Acostumbrarse a que los recuerdos golpearán cuando menos te lo esperas, a cruzarme con tu sonrisa y pensar que no es mía. A darse cuenta que aspiro a más de lo que tu me diste, pero que contigo cerca no lo voy a conseguir, porque sigo esperando, solo que no se hasta cuando. Que eso no quiere decir que me vaya a olvidar de ti, ni que te quiera, pero por lo menos podré soñar con otros ojos sin pensar que podrían ser los tuyos.
No es tan fácil llegar a la superficie, y mucho menos que cuando cojas aire los recuerdos vuelvan a hundirte, y a recordarme que tú no vas a volver, por cobarde o por falta de valentía, da igual.
Tampoco serviría de nada que volvieras,
quedan meses para despedirme de la ciudad más gris del mundo,
y de ti.
Y no sabes las ganas que tengo de irme, -no de huir, como hago siempre, porque al fin y al cabo de lo único que escapo es del frío-.
Irme de ti, de nosotros, de los recuerdos, del esperar y desesperar.
Irme para no volver, que me pierdas, que nos perdamos, que tres años han sido muchos años para que volvieras, pero hay más cosas fuera de ti.

Y créeme que las ganas de perderte son mucho más grandes que las de tenerte,
que lo que necesito es tenerte lejos, y está vez, para no volver.

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