miércoles, 3 de octubre de 2012

Octubre.

El cielo estaba mas azul que nunca, y el calor apretaba como si de Julio se tratase, como dicen, ya llegó el veranillo de San Miguel. Y con el los kilómetros de distancia, los reencuentros, y un nuevo camino que se abre por delante en el que te falta mas ilusión que ganas. Volver a tu segunda casa nunca hizo darte cuenta de tantas cosas. Las prioridades han cambiado, y las personas también. Tienes más claro que nunca que tus cuatro ángeles siguen en tu lugar favorito universal. Que en Gr hay gente que ha aparecido de la nada, y otros que sigues sin saber muy bien donde están. Que el malomalísimo está a miles de kilómetros de distancia, y el buenobuenísimo solo a unos cientos. En una mano solo tienes una tregua firmada tras seiscientos y pico días del desastre de tu vida, y en la otra la duda de comprar esos billetes de autobús que resuman los mas de trescientos kilómetros a unos míseros milímetros que separen tu cuerpo del mio. Para cobrar todos esos besos regalados por mi veintiún cumpleaños. Para hacer que vuelva a ser Septiembre, que el principio no ha tenido fin, y que volvamos a encontrar esa forma de reírnos del mundo. Para que me sacudas los miedos y mis ganas de huir siempre hacia ninguna parte con tal de no hacerte daño.
Y si todos esos fantasmas desapareciesen me daría cuenta de que fácilmente podrías ser la suerte de mi vida, que ojos como los tuyos no se encuentran todos los días, pero cuando los miedos ganan el corazón, el muy cabrón, se hace pequeñito, y ocupa un segundo lugar, dejándose ganar y haciéndome perder. Poniéndome los pies de plomo, y haciendo que gane la razón, sin dejar ningún cabo suelto.
Pero esto consiste en no tener la certeza de que vaya a salir bien, en dejarte llevar por una puta vez y no ser la que coordina los latidos del dichoso corazón. Se trata de coger un autobús a trescientos cuarenta y siete kilómetros de distancia para escapar durante menos de cuarenta y ocho horas de tu mundo y que me enseñes el tuyo.